Hola, chicas.
No es una entrada en
el verdadero sentido de la palabra. Dejo el prólogo y el primer capítulo de mi
novela porque pienso avisar a los interesados que prefieren hacerse una idea
antes de tomar la decisión de comprar. Amazon ofrece en descarga gratuita los
primeros capítulos, pero de lo que vi poca gente se maneja bien con el Kindle.
La sinopsis y los otros
datos se encuentran aquí.
Besitos :)
Septiembre 2013
Trece años, tres meses y tres días desde que había
empezado su segunda vida.
Trece años, tres meses y tres días desde que había
aprendido de modo violento que se podía fiar solo de sí mismo. Que las palabras
no tenían ningún poder y las acciones eran las que contaban.
Trece años desde que no había pensado en los más oscuros
días de su vida, y la mera reflexión le recordó que sus preguntas seguían sin
respuestas, y que aún no se había librado de su inseparable camarada llamado
«dolor». Continuaba escondiéndose en alguna parte de su mente y eludía todos
sus intentos de exorcizarlo. No obstante, después de tantos años se podían
llamar amigos y lo aceptaba como si fuera parte de él.
Jared permaneció con el rostro alzado hacia el cielo y
acompañó con la mirada la trayectoria descendiente de la cola de fuego,
acusándola en silencio por refrescarle la memoria.
Una efímera y sencilla estrella fugaz había tenido el
poder de alterarle los sentidos.
Respiró hondo y corrió mentalmente la cortina del pasado.
El secreto constaba en elegir qué recuerdos guardar y a cuáles ahuyentar. Todo
lo que contaba eran minutos, instantes, tan breves como la estrella que se daba
prisa hacia su propia muerte.
El otoño había abierto sus puertas, pero el verano se
resistía en despedirse. Millones de pequeños astros centellaban radiantes,
compitiendo en intensidad. Su resplandor irradiaba del cielo nocturno decorado
como un salón de baile de los años setenta y la imagen era la de bendita
felicidad.
Por poco no le daban arcadas del disgusto.
La felicidad era una quimera, y los que se pasaban la
vida buscándola, unos ilusos. Felicidad significaba estar bien contigo mismo y
él había dejado atrás la etapa de creer en finales felices. En el pasado se
había permitido esperarlo una vez, pero por aquellos días era otra persona. El
fin de su adolescencia había sido el principio del resto de su vida.
Sonrió nostálgico a los recuerdos y sin querer cerró los
ojos deseando…
Una repentina ráfaga de viento creó un torbellino de
hojas muertas sobre la tierra, girándolas en círculo de forma aparentemente
controlada. Las ramas de los árboles casi desnudos se batieron las unas con las
otras creando una música rítmica muy parecida al latido descontrolado de un
corazón miedoso. En la lejanía se escuchó el aullido de un animal nocturno, y
de repente la fragancia del jazmín se hizo
presente en el aire.
El olor trajo a la superficie otros recuerdos, y Jared se
estremeció bajo el asalto. Como si sintiera una presencia, sus ojos procuraron
ver a través de la noche, sin lograrlo. Su casa estaba situada sobre la cumbre
de una colina y el bosque se encontraba tan cerca que parecía tragársela. El
hotel de su familia estaba ubicado cientos de metros más abajo, en el valle,
pero vislumbraba de él solo la parte trasera, y era bien entrada la noche,
habían quedado encendidas únicamente las luces de vigilancia. El destello de
las farolas del pueblo se entreveía en la línea del horizonte, pero alrededor
lo abrigaba solo la oscuridad de las sombras.
Oteó otra vez el cielo, notando con desilusión que la
luminiscencia se había apagado.
Los deseos pedidos a las estrellas fugaces no se cumplen,
tío, se riñó, pasando por alto la sacudida de un
presentimiento de mal augurio.
Dio media vuelta y entró en la casa. Verificó si la
puerta estaba bien cerrada, y apagó todas las luces. Subió las escaleras hasta
su cuarto y se dejó caer entre los dulces brazos de los sueños.
El pasado se quedaba en su sitio, en el cajón llamado
«olvídalo».
Septiembre 2013
El pasado estaba por convertirse en presente, se dijo
Jared tres días después, mirando de hito en hito a la mujer que se encontraba
frente a él.
—Joder, este día no se anunciaba desastroso —masculló
entre los dientes apretados, sabiendo que debería huir antes de que lo atraparan
los recuerdos, pero sin poder moverse.
—Estoy aquí. Te oigo perfectamente —replicó ella,
confirmándole que era real y no una retorcida alucinación.
Íria Golding, la persona que no esperaba volver a ver
nunca más en su vida. La que se le aparecía solo en pesadillas, dado que
castigaba de forma drástica su cerebro si intentaba traerla en sus memorias de
día. La que se empeñaba en ocupar un lugar de su mente. Muy estrecho,
tremendamente alejado, pero… ahora que la miraba a los ojos, debía reconocer
que lo ocupaba.
—No entiendo por qué me castiga el karma. Pensaba que
había pagado todos mis pecados —farfulló Jared, dándose la vuelta con la
intención de alejarse de inmediato y fingir que el rencuentro nunca ocurrió.
Una mano fina y elegante lo detuvo. Por el rabillo del
ojo pudo ver los delicados dedos y las uñas con manicura perfecta teñidas en un
picante tono carmesí. Dedos que aprisionaban su antebrazo.
—Te comportas como el mismo niño malcriado —Íria susurró,
mirando alrededor, seguramente procurando no montar una escena—. ¡Por Dios
Santo! Han pasado trece años. ¡Supéralo!
Una niebla roja cubrió la visión de Jared y meneó la
cabeza para concentrar la vista. Contó hasta veinte y giró el cuello,
concediéndole una mirada. Una más venenosa que la mordedura de una cobra. Sus
ojos, negros desde el primer día de su vida, parecían haber absorbido toda la
oscuridad del espacio.
—No tengo nada que superar. Mi vida es muy satisfactoria.
Y doy gracias cada mañana a unas cincuenta deidades porque tú no formas parte
de ella.
—¿Así que has pensado en mí? —replicó Íria, sonriendo de
esa manera especial que solo ella tenía. Sus labios se curvaban tímidos hacia
arriba, como si tuvieran miedo de enseñar los dientes. Unos dientes
perfectamente alineados, si mal no recordaba, menos un canino que era un poco
más largo que los otros. Solían reírse juntos sobre eso y bromeaban comentando
que ella podría ser descendiente de los vampiros.
No parecía conmovida por el temperamento inflamado de
Jared, pero a él no le sorprendía. Íria era una persona que no se alteraba con
facilidad, y mucho menos en su presencia.
—La primera traición jamás se olvida —replicó mordaz,
cogiendo su mano y alejándola sin delicadeza.
—Tenía diecisiete años, reconozco que era inmadura, pero
tú parece que sigues siéndolo.
Jared apretó los dientes, rehusando hacer memoria del
pasado. De su perfidia. Del dolor. Del día en que cuando más necesitado se
encontraba, la chica que pensaba que era su alma gemela, le había dado la
espalda sin mirar atrás.
—¿Qué haces aquí?
Íria
encogió los hombros y se apartó con el dedo índice un mechón que se había
atrevido a escapar de su elaborado moño estilo desaliñado-pero-se-ve-perfecto,
y que ahora le acariciaba la mejilla. Jared observó que mantenía el color de su
pelo original, más negro que las plumas de un cuervo, aunque ella lo había
odiado siempre por ser herencia de su padre.
—He vuelto —anunció, pareciendo muy complacida.
La sentencia cayó como plomo en los zapatos de Jared.
—¿Cómo que has vuelto? —ladró, perdiendo los estribos—.
Odias este pueblo.
—Nooop. —Íria sonrió, y a él le quedó claro que estaba
encantada con su reacción—. Pensaba que lo odiaba. Pero después de ver casi
todo el mundo, me di cuenta de que es mi hogar. Desperté hace tres días con la
seguridad de que debía regresar. Que es el sitio en que voy a pasar el resto de
mi vida. Curiosamente, el mismo día recibí una oferta de trabajo, ¿averigua
dónde? Sí, justo aquí —le informó—. Está claro que es el destino.
Jared casi puso los ojos en blanco. Ella y sus ideas fijas.
—¡Qué suerte la mía! Mentiría si te deseara ser feliz.
Así que haz lo que quieras. Como siempre.
—¿Te invito a un café? —preguntó Íria, pasando una vez
más de su comentario.
Jared
tenía la confirmación de que ella no tenía problemas de vista, no obstante,
empezaba a dudar del funcionamiento de sus oídos. Meneó la cabeza, pero no
llegó a abrir la boca, ya que Íria se le adelantó.
—Qué casualidad, ¿no te parece? Que nos encontremos
enseguida. Llegué anoche —continuó parloteando como si se tratara de un encuentro
placentero—. Ni he deshecho el equipaje.
—¡Para! —Jared levantó las manos para tener toda su
atención—. No me importa cuándo llegaste, ni qué planeas hacer, tampoco tengo
la intención de tomar café contigo o cualquier otra cosa. De hecho, este pueblo
ha sido pequeño antes de que aparecieses, y acaba de convertirse en una cárcel.
Así que mantente en tu celda, muy, pero muy alejada de mí.
—Lamento darte malas noticias, pero no creo que vaya a
poder hacerlo —declaró ella con franqueza, después de aguantar su discurso con
cara estoica.
Jared la miró boquiabierto, sin poder creer lo que
acababa de escuchar. Sí, habían pasado trece años, pero Íria no había cambiado
para nada. Seguía igual de obstinada, sin entender el significado de la palabra
«no», mirando solo hacia adelante y manejando cualquier obstáculo que se
interponía en su camino como si se tratara de un pasatiempo hasta que
consiguiera su objetivo. Encima, odiaba reconocerlo, pero seguía igual de
guapa. Incluso más. Se veía… preciosa. Parecía que había aprendido a sacar
partido a sus ojos «casi azules», como ella misma había nombrado el color: una
mezcla de azul delgado y verde joven, similar a la línea del horizonte en que
se unen el mar y el cielo. Su piel, tan blanca que el sol la quemaba enseguida,
mantenía el mismo matiz, sin una sola peca.
Alejó la mirada y se riñó por haber observado tantos
detalles en cuestión de segundos. Independientes a su voluntad, sus ojos la
acosaban como lo habían hecho desde el primer día en que la conoció.
—Entonces lo haré yo —declaró, sabiendo que su sonrisa se
veía cruel—. No tendré que esperar mucho tiempo. Lo tuyo es abandonar. Te irás
más rápido que una tormenta de verano.
Se dio la
vuelta y salió del restaurante, antes de darle la oportunidad de responder. Cerró
con fuerza la puerta detrás de su espalda, recordando que se había marchado sin
recoger el pedido de tartas para el hotel y sin siquiera llegar a pedir el
maldito café.
¡Qué coman fruta hoy!,
pensó. No tenía la intención de volver dentro mientras ella se encontrara allí.
Contaba con la cafeína de cada mañana para poner su
sangre en circulación. Ahora ya no la necesitaba, puesto que esta bullía por
sus venas como la lava de un volcán. Meneó la cabeza decepcionado con su
control, o su ausencia en este caso, y ofuscado al
percatarse que Íria todavía tenía el poder de sacarlo de sus casillas.
***
Mayo 2000
—¡Ay, Dios!
Íria miró desolada todos los libros y los cuadernos
esparcidos por el suelo. Levantó la vista y se encontró con un par de ojos
oscuros que la observaban sin ninguna expresión. Siguió con la inspección,
evaluando con rapidez al ser tremendamente alto para sus diecisiete años.
Llevaba vaqueros desgastados y una camiseta blanca con el cuello en pico que
dejaba ver una cadena de la cual colgaba un anillo. Tenía el pelo del color de
las cáscaras de nuez, ondulado sobre la línea de las orejas y en la nuca, con
mechones rebeldes sobre la frente.
—Vamos. —El chico fue empujado por otro y dio un paso
hacia adelante. No alejó su mirada ni un instante, y recibió un segundo empujón
que tuvo el mismo efecto nulo—. Vamos, tío. Sabes que la profe de química es una
arpía. Un minuto tarde y tendremos que repetir la tabla de los elementos cien
veces —se quejó el otro.
Íria no le dedicó ni una mirada. Por alguna razón no
podía despegar sus ojos del joven contra el que se había chocado, hasta que
sintió un codazo en las costillas. Liza, su amiga, pidió su atención.
—Íria, llegamos tarde —dijo y se arrodilló para ayudarla
a recoger los libros.
—Sí, claro. —Como si acabara de salir de un trance, Íria
pestañeó varias veces y agachó la cabeza. Se inclinó para asistir a Liza, cogió
un cuaderno, pero no pudo evitar fijarse una última vez.
Los dos jóvenes se alejaban, sin hacer ademán de
ayudarlas. En ese momento él retorció el
cuello y sus miradas colisionaron como lo habían hecho sus cuerpos antes. Íria
se estremeció sin razón aparente y fue la primera en retroceder, eligiendo un
paisaje más seguro: el suelo.
—Ni siquiera intentó ayudarme —se quejó.
—¿Jared? —comentó Liza—. No lo esperes. De hecho,
deberías estar contenta de que no lo hizo.
—¿Por qué? —preguntó Íria, extrañándose por las palabras
de su amiga.
Se levantaron las dos con los libros en los brazos,
encaminándose hacia la clase. Pudo ver que Liza hizo una mueca desagradable.
—Jared es… Jared. Es mejor que te quedes lo más lejos
posible de él.
—¿Qué le pasa? ¿Tiene alguna enfermedad incurable?
—Sí. De hecho tiene más de una: es engreído, vanidoso,
prefiere mantenerse al margen de todos, tiene preocupaciones clandestinas, y un
aura oscura.
—Lo haces parecer atractivo —rio, sin entender aún el
problema.
—Íria, eres nueva en el instituto. En mi calidad de guía,
te recomiendo escuchar y hacer caso a mis recomendaciones. Ninguna chica se
interesa por Jared. Al menos, ninguna que quiere seguir con su reputación. El
único que se atreve a ser su amigo es Cedric que es su perro faldero. Aunque
sea el más rico del pueblo y sus fiestas las más anheladas, todos se mantienen
alejados de él y de su personalidad… volátil.
—No creo que lo entienda. Vais a sus fiestas ¿pero no lo
consideráis amigo?
—Es difícil de explicar. Es como si fuera el presidente
de un estado. Lo sigues porque lo ordena, pero a veces te gustaría no hacerlo.
—¿Por qué?
—Ay… —Liza puso los ojos en blanco, dejándole claro que
sus preguntas la fastidiaban—. Porque así se hace desde el tercer ciclo de
primaria. Es más fácil hacerlo que aguantar una de sus explosiones de furia.
—¿Qué pasó en el tercer ciclo de primaria? —Íria insistió
con la esperanza de conseguir todos los detalles, pero se encontró con el muro
de desaprobación de Liza.
—Por tu bien te aconsejo que no seas demasiado fisgona.
Será mejor que no lo sepas.
—Mira quién habla. ¿Te has mirado en el espejo esta
mañana? Porque yo veo «cotilla» escrito en tu frente —comentó, renunciando sin
ganas al interrogatorio. Sabía que tarde o temprano se enteraría. El pueblo no
conocía la noción de secreto y de todos modos no era el momento adecuado, pues
llegaban con retraso a la clase.
La profesora las miró por encima de unas gafas de montura
mate y frunció los labios. Inclinó la cabeza para verificar los papeles que tenía
sobre el escritorio mientras comentaba:
—Señorita Golding, dado que es nueva, pasaré por alto el
retraso de hoy. No obstante, espero que no se repita. La próxima vez habrá
consecuencias.
—Sí, señora —Íria bajó la mirada, estudiando la clase a
través de las pestañas caídas. Todos los ojos estaban dirigidos hacia ella.
Algunos interesados, otros aburridos, incluso advertía unas cuantas miradas maliciosas
por parte de algunas chicas. Ser la nueva apestaba. Más cuando venía de una
ciudad grande a la cual suponía que cada alma de ese pueblo olvidado por los
cartógrafos, deseaba escaparse.
—Ocupad vuestros asientos —mandó la profesora e Íria
siguió a su amiga, sin saber dónde debía sentarse.
Se detuvo de golpe al notar que el único banco libre era
el penúltimo. Y justo detrás de ese, se encontró con la mirada hipnótica del
chico contra el cual había tropezado en el pasillo. Liza, que se había sentado,
hacía muecas intentando captar su atención. Se forzó en reanudar la marcha y se
sentó en la silla que pareció demasiado caliente bajo su trasero.
La profesora empezó la clase, pero no tenía ni idea de lo
que decía. Estaba congelada con la espalda recta pegada al banquillo y las
manos sobre las rodillas, apretándolas. Escuchó un movimiento desde atrás y
sintió una respiración caliente revolotear en su nuca. Por alguna razón que
desconocía sus mejillas se encendieron y empezó a respirar más deprisa.
—¿Qué te pasa? —susurró Liza, mirando hacia adelante,
como si prestara atención a la clase.
—Nada. Estoy bien. Estoy perfectamente —respondió en la
misma voz baja, esperando que las palabras tuvieran el poder de convencerla a
ella misma.
Tampoco entendía qué era lo que le sucedía. Parecía que
ese chico la afectaba de alguna manera, pero no alcanzaba a saber el motivo. No
lo conocía, y se preguntó cómo era que un encuentro de unos segundos la hacía
reaccionar de forma tan violenta.
Encontró una explicación lógica en el hecho de que se
sentía aún trastornada y no se había recuperado del cambio. Llevaba los últimos
dieciséis años viviendo en la ciudad y había tenido solo dos días para
acostumbrase a la mudanza al pueblo. Las malas inversiones de su padre lo
habían forzado a vender la casa para pagar las deudas y mudarse con la abuela
materna. Conocía la aldea, venían a veces por las fiestas y algunos días de
vacaciones, pero la diferencia ahora que iba a vivir ahí, era enorme.
Con Liza se comunicaba desde pequeñas, aunque nunca
habían gozado de tiempo suficiente para hacerse amigas verdaderas. Sin embargo,
en esos momentos agradecía tener a alguien conocido. No le gustaba el cambio.
Había dejado atrás a todos sus amigos, sus clases de fotografía, el grupo de
lectura, prácticamente toda su vida. No obstante, tenía la esperanza de que las
violentas discusiones entre sus padres fueran a acabar ahora que la presión
sobre los hombros de su padre había disminuido.
Procuró concentrarse en la clase, odiando recordar la
tensión bajo la cual su familia había vivido las últimas temporadas. Ya no era
una niña, entendía qué estaba pasando, y detestaba no poder ayudar a su madre.
Levantó el mentón, decidida a acomodarse y no aumentar
los problemas familiares.
Tenía diecisiete años y empezaba una nueva vida. Esa
sería su nueva meta, se prometió.
4 comentarios:
Uy me encnata como escribes, te mando un beso y buen fin de semana
Muchas gracias, J.P. :) Besitos
Me ha encantado pasar por acá, no sabía que tenías un fragmento publicado en el blog. Pronto me pondré manos a la obra con tu reseña ♥ Besos.
Gracias, Jaz. Espero que te guste el resto :) Besucones
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