¿Qué es una
buena historia romántica sin una de esas declaraciones que te dejan con la
retina pegada a la hoja del libro? Yo misma tengo varias de esas grabadas a
fuego en mi mente. Aquí os dejo una colección de las mejores declaraciones de
amor que me he encontrado en la literatura del pasado.
Mr. Darcy y Elizabeth Bennett en Orgullo y prejuicio de Jane Austen
"Después de un silencio de varios minutos se acercó a ella y muy agitado
declaró:
––He luchado en vano. Ya no puedo más. Soy
incapaz de contener mis sentimientos. Permítame que le diga que la admiro y la
amo apasionadamente.
(…)
—En estos casos creo que se acostumbra a expresar cierto agradecimiento por los sentimientos manifestados, aunque no puedan ser igualmente correspondidos. Es natural que se sienta esta obligación, y si yo sintiese gratitud, le daría las gracias. Pero no puedo; nunca he ambicionado su consideración, y usted me la ha otorgado muy en contra de su voluntad. Siento haber hecho daño a alguien, pero ha sido inconscientemente, y espero que ese daño dure poco tiempo. Los mismos sentimientos que, según dice, le impidieron darme a conocer sus intenciones durante tanto tiempo, vencerán sin dificultad ese sufrimiento.
—En estos casos creo que se acostumbra a expresar cierto agradecimiento por los sentimientos manifestados, aunque no puedan ser igualmente correspondidos. Es natural que se sienta esta obligación, y si yo sintiese gratitud, le daría las gracias. Pero no puedo; nunca he ambicionado su consideración, y usted me la ha otorgado muy en contra de su voluntad. Siento haber hecho daño a alguien, pero ha sido inconscientemente, y espero que ese daño dure poco tiempo. Los mismos sentimientos que, según dice, le impidieron darme a conocer sus intenciones durante tanto tiempo, vencerán sin dificultad ese sufrimiento.
Darcy, que estaba apoyado en la repisa de la
chimenea con los ojos clavados en el rostro de Elizabeth, parecía recibir sus
palabras con tanto resentimiento como sorpresa. Su tez palideció de rabia y todas
sus facciones mostraban la turbación de su ánimo. Luchaba por guardar la
compostura, y no abriría los labios hasta que creyese haberlo conseguido. Este
silencio fue terrible para Elizabeth. Por fin, forzando la voz para aparentar
calma, dijo:
–– ¿Y es ésta toda la respuesta que voy a tener
el honor de esperar? Quizá debiera preguntar por qué se me rechaza con tan
escasa cortesía. Pero no tiene la menor importancia
––También podría yo —replicó Elizabeth–– preguntar
por qué con tan evidente propósito de ofenderme y de insultarme me dice que le
gusto en contra de su voluntad, contra su buen juicio y hasta contra su modo de
ser."

Puedes
ver una versión cinematográfica de la escena en este link:
"Le gustará Irlanda. Según
dicen, los irlandeses son muy afectuosos. —Está muy lejos, señor.
—¿Qué importa? A una muchacha como usted no creo que le asuste un viaje largo.
—¿Qué importa? A una muchacha como usted no creo que le asuste un viaje largo.
—No es el viaje, sino la distancia y el mar, que es una barrera que me
separaría de...
—¿De qué?
—De Inglaterra, y de Thornfield, y de...
—¿De...?
—¿De...?
—De usted, señor...
Lo dije casi
involuntariamente, mientras lágrimas silenciosas bañaban mi rostro. La mención
del señor O'Gall, de Bitternutt Lodge, había dejado frío mi corazón, y más aún
el pensamiento del mar, del mar inmenso, revuelto y espumoso, que había de
interponerse entre mi persona y aquel hombre a cuyo lado paseaba y a quien
amaba de un modo espontáneo, superior a mi voluntad.
—Es muy lejos —repetí.
—Desde luego. Y cuando usted esté en Bitternutt Lodge, no volveremos a
vernos más. Me parece indudable. No creo ir nunca a Irlanda; no es un país que
me atraiga en exceso... Hemos sido buenos amigos, ¿verdad, Jane?
—Sí.
—En efecto, Jane: el viaje a Irlanda es largo y la travesía incómoda
y siento que mi amiguita haya de verse obligada a... Pero ¿cómo ayudarla si no?
¿Experimenta usted algún sentimiento respecto a mí, Jane?
No pude contestar. Mi corazón desbordaba.
—Porque yo lo experimento por usted —continuó—, sobre todo cuando
estamos juntos, como ahora. Es como si en el lado izquierdo de mi pecho tuviese
una cuerda que vibrara al mismo ritmo que otra que usted tuviese en análogo
lugar y se uniera de un modo invisible a la mía. Y si ese endiablado canal y
doscientas millas de tierra van a separarnos, temo que ese lazo que nos une se
rompa. Por lo qué a mí concierne, estoy seguro de que la rotura va a
producirme una incontenible hemorragia. Y usted...
—¿Cómo? ¿Le disgusta tanto irse de aquí?
—Me disgusta irme de Thornfield. Amo este lugar, y lo amo porque en él
he vivido una vida agradable y plena, momentáneamente al menos, porque no he
sido rebajada a vivir entre seres inferiores ni excluida de toda relación con
cuanto es superior y dinámico. He podido hablar con alguien a quien admiro, en
cuyo trato me complazco... Un cerebro poderoso, amplio, original... En una
palabra, le he conocido a usted, Mr. Rochester, y me asusta pensar en irme de
su lado. Reconozco que debo marchar, pero lo
reconozco como podría reconocer la necesidad de morir.
—¿Y qué necesidad tiene de irse? —preguntó de
pronto.
—Usted mismo me lo ha dicho, señor.
—¿A propósito de qué?
—De Miss Ingram, su noble y bella prometida...
—¿Qué prometida? Yo no tengo prometida.
—Pero se
propone tenerla...
—Sí, me lo propongo... —masculló.
—De modo que debo irme. Usted lo ha dicho. —No:
usted se quedará. Se lo juro y cumpliré el juramento.
—¡Y yo le digo que me iré! —exclamé con
vehemencia—. ¿Piensa que me es posible vivir a su lado sin ser nada para usted?
¿Cree que soy una autómata, una máquina sin sentimientos humanos? ¿Piensa que
porque soy pobre y oscura carezco de alma y de corazón? ¡Se equivoca! ¡Tengo
tanto corazón y tanta alma como usted! Y si Dios me hubiese dado belleza y
riquezas, le sería a usted tan amargo separarse de mí como lo es a mí separarme
de usted. Le hablo prescindiendo de convencionalismos, como si estuviésemos más
allá de la tumba, ante Dios, y nos hallásemos en un plano de igualdad, ya que
en espíritu lo somos.
—¡Lo somos! —repitió Rochester. Y tomándome en
sus brazos me oprimió contra su pecho y unió sus labios a los míos—. ¡Sí, Jane!
Hay tantos elementos que hacen
de esta declaración una de las mejores jamás escritas.
Mr. Rochester juega a estar enamorado
de otra para llevar a Jane al límite y que reconozca sus sentimientos por él, y
finalmente lo consigue, haciendo que Jane no solo le declare no soportar el hecho
de verlo con otra sino también su propia valía y su igualdad a él. ¡Una sirvienta
declarándose igual a su amo y a un hombre! Una gran declaración de emancipación
de clases y un gran discurso feminista donde los haya. Y es endemoniadamente
adorable y original verlo declararse como “amigo” cuando lo que está
describiendo sobre que un cordón invisible une sus corazones es la más hermosa
y clara metáfora de amor. No me quedan más opciones que darle un 10 a esta
escena.
Puedes ver una versión
cinematográfica de la escena en este link:
Bodas de Sangre de Federico García Lorca
Leonardo:
Ya dimos el paso; ¡calla!
porque nos persiguen cerca
y te he de llevar conmigo.
Novia:
¡Pero ha de ser a la fuerza!
Leonardo:
¿A la fuerza? ¿Quién bajó
primero las escaleras?
Novia:
Yo las bajé.
Leonardo:
¿Quién le puso
al caballo bridas nuevas?
Novia:
Yo misma. Verdad.
Leonardo:
¿Y qué manos
me calzaron las espuelas?
Novia:
Estas manos que son tuyas,
pero que al verte quisieran
quebrar las ramas azules
y el murmullo de tus venas.
¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Aparta!
Que si matarte pudiera,
te pondría una mortaja
con los filos de violetas.
¡Ay, qué lamento, qué fuego
me sube por la cabeza!
Leonardo:
¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!
Porque yo quise olvidar
y puse un muro de piedra
entre tu casa y la mía.
Es verdad. ¿No lo recuerdas?
Y cuando te vi de lejos
me eché en los ojos arena.
Pero montaba a caballo
y el caballo iba a tu puerta.
Ya dimos el paso; ¡calla!
porque nos persiguen cerca
y te he de llevar conmigo.
Novia:
¡Pero ha de ser a la fuerza!
Leonardo:
¿A la fuerza? ¿Quién bajó
primero las escaleras?
Novia:
Yo las bajé.
Leonardo:
¿Quién le puso
al caballo bridas nuevas?
Novia:
Yo misma. Verdad.
Leonardo:
¿Y qué manos
me calzaron las espuelas?
Novia:
Estas manos que son tuyas,
pero que al verte quisieran
quebrar las ramas azules
y el murmullo de tus venas.
¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Aparta!
Que si matarte pudiera,
te pondría una mortaja
con los filos de violetas.
¡Ay, qué lamento, qué fuego
me sube por la cabeza!
Leonardo:
¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!
Porque yo quise olvidar
y puse un muro de piedra
entre tu casa y la mía.
Es verdad. ¿No lo recuerdas?
Y cuando te vi de lejos
me eché en los ojos arena.
Pero montaba a caballo
y el caballo iba a tu puerta.

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BECA VIE
BECA VIE
3 comentarios:
La mejor para mi, sin duda, es la de Orgullo y Prejuicio, es algo precioso, eso de luchar contra tus propios principios para decirle a la persona que la quieras aún con eso! ayysss, aún quedan de esos amores???
Nos leemos ;)
Pues la verdad que yo aprecio el estilo más directo y me empeñaba en elegir el método presente; pero releyendo estas declaraciones, tengo que admitir que necesito más tiempo para votar :)))
Me encantan las declaraciones descritas en Orgullo y Prejuicio y en Jane Eyre, aunque este último libro aún no he podido leerlo (pero está entre mis pendientes). Conocí Orgullo y Prejuicio por la serie que hizo la BBC. Me enamoré de tal forma que quise leer el libro, pero antes de hacerlo me vi la versión cinematográfica un montón de veces. Y por eso quedé sorprendida al comparar ambas versiones de la declaración (porque no recuerdo la de la BBC, que según tengo entendido suele ser más fiel al libro). Pero ambas me encantan *-*
Gracias por compartir estas tres escenas de declaración de amor antiguas. Creo que aún no he leído una novela "actual" que supere a las que has nombrado xD.
Por cierto, creo que me quedaré por tu blog ;)
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