Lena se dejó caer sobre la endeble silla, que crujió bajo el brusco cambio de peso. Suspiró
aliviada al darse cuenta de que no se había partido. Lo único que le faltaba,
aparte de ser la única de toda su clase que aun no había perdido la virginidad,
era caerse de una silla en medio del comedor del instituto a la hora del
almuerzo.
— No soporto alemán —se quejó Alisa, removiendo sus
espaguetis con cierto desprecio.
La comida de la cafetería era una lotería, podía resultar un manjar
delicioso o una abominación contra el paladar humano.
— ¿De verdad es necesario complicarse tanto para decir la
hora? —continuó Alisa, totalmente ajena al momento de pánico que acababa de
vivir a causa de la silla.
— Ja —contestó
Lena en su mejor acento alemán—. Por eso les va tan bien. Sus cerebros están
súper desarrollados después de años usando una lengua tan complicada.
Lena alargó el brazo para coger una patata y mezclarla en su boca con el
sabor de la hamburguesa; cuando una mano más grande y cálida que la suya se
interpuso entre ella y su objetivo.
Con el ceño fruncido
siguió la trayectoria de la patata secuestrada hasta que se perdió entre los
labios de Alex.
Este la miró desafiante
instándola a protestar mientras masticaba su comida exageradamente. Lena se
obligó a poner los ojos en blanco fingiendo impaciencia cuando lo único que
quería era soltar una risilla estúpida y sonrojarse hasta los dedos de los
pies. Pero logró ocultarlo relativamente
bien. Alex le mantuvo la mirada desde su posición superior; esa mirada que
siempre lograba que se derritiera fusionándola con la silla; volvió a coger
patatas del plato de Lena mientras ocupaba la silla contigua a la de ella.
Detrás de ellos había un buffet gigantesco con kilos y kilos de patatas a
disposición de cualquiera que deseara tomarlas, pero Alex siempre se decantaba
por picarla, a veces forzando estúpidas peleas por alguna razón que no lograba
discernir. En ocasiones, Lena fantaseaba con la idea de que su comportamiento
respondiera a la primitiva norma infantil de “Los que se pelean se desean”;
pero al instante la realidad la golpeaba: Ya no estaban en preescolar y cada
vez que Alex quería a una chica lo manifestaba sin contemplaciones, la tomaba
sin excusas ni juegos. Por esa razón debía resignarse de una vez por todas al
hecho de que para él, ella era un marimacho más con la cual jugaba al fútbol e intercambiaba puñetazos amistosos.
Y como si pudiera leer sus pensamientos y quisiera ilustrarlos con su
comportamiento, le lanzó una patata justo antes de tirarle otra a su amigo
Toni. Fue suficiente para hacerla dejar
de soñar con los posibles sentimientos ocultos de él.
De todas formas que él lo
hiciera solo por amistad no quitaba que ella pudiera aprovecharse de las
circunstancias; al fin y al cabo, al llegar a casa y repasar su día, sus
momentos estelares casis siempre estaban protagonizados por Alex y un
breve forcejeo en el pasillo.
—Si habéis terminado con
esta infantil guerra de comida, ¿podemos ir fuera? —pidió Alisa—. Necesito
broncearme antes de que me deporten a Albania.
— ¿A Albania? —preguntó
Toni arrugando el entrecejo.
—Ya sabéis…de donde vienen los albinos.
Las carcajadas que siguieron a esa declaración no fueron
ninguna sorpresa.
— Olvídate del jardín —declaró Alex con el tono más serio
que pudo reunir—. En tu caso sería más recomendable que te encerrases en una
biblioteca antes de que te deporten a Mongolia.
Alisa le sacó la lengua mientras le tiraba una servilleta
arrugada; pero Alex se limitó a reír sin devolverle el proyectil. Jamás jugaba
con Alisa como lo hacía con ella, quizá porque esta era mucho más femenina y
delicada.
Una vez en el jardín se detuvieron cerca de uno de sus
bancos favoritos por encontrarse a la sombra de un árbol que ofrecía resguardo
del aún abrasante sol de septiembre.
Alex se puso un cigarrillo entre los labios y comenzó a
rebuscarse un mechero en el apretado bolsillo del vaquero. Lena no pudo evitar
observar la forma en que la camiseta blanca se ceñía a los bíceps del muchacho
destacando contra su piel bronceada tras el verano. Lo vio sacar el mechero del
bolsillo y acercarlo al cigarro y sin pensarlo dos veces lo interceptó,
quitándoselo de un manotazo.
Sabía lo que iba a ocurrir entonces; sabía que él se
abalanzaría sobre ella para recuperarlo. También sabía que él lo vería como un
juego mientras que ella se moría por su contacto. Apagó la alarma de culpabilidad que había
empezado a sonar en su cabeza y se dijo que después de una semana tan dura se
lo merecía.
— Creo que ya es hora de que dejes de fumar.
Alex movió dos dedos una y otra vez indicándole que se lo
devolviera. Lo hizo relajadamente con el trasero apoyado sobre el respaldo del
banco. Sus gestos eran seguros y atractivos,
como un felino observando su objetivo con fingida tranquilidad, dejándola
confiarse.
Ella negó con la cabeza. Si había empezado, bien podía terminarlo. Su juego aun era seguro y no
la delataba ya que en todas sus riñas y forcejeos pasado, él era el que había
comenzado la broma.
— Solo me preocupo por tu salud —le aseguró fingiendo inocencia mientras se lo metía en el
bolsillo trasero de sus vaqueros; allí donde sabía que él jamás se aventuraría.
Alex se puso el cigarro tras la oreja y se irguió
separándose del banco. Le bastó verlo dar un paso hacia ella para que su
corazón comenzara a saltar como un potrillo emocionado, golpeándole las
costillas.
Era lo que quería, lo que había buscado; pero en cuanto
lo tuvo frente a ella, sus entrañas comenzaron a contorsionarse en su interior
y su respiración se agitó protestando contra ella. Un segundo después se
abalanzó sobre ella y comenzó a hacerle cosquillas como si fuera su hermana
pequeña. Definitivamente tenía que olvidarse de él, mentalizarse para poder
quizá fijarse en algún otro simple mortal.
Ya estaba decidida a hacerlo cuando lo sintió el rayo de
esperanza en la desoladora oscuridad. Esperanza con forma de dedos masculinos.
La mano derecha de él fue a parar a su cadera por debajo de la tela de su
camiseta; piel nunca antes tocada, territorio nuevo jamás antes visitado. Y la otra mano, directa y sin rodeos,
se estrujó contra la fina tela de sus jeggings
veraniegos por dentro del bolsillo. Y a no ser que estuviera enloqueciendo,
las pupilas de él se habían clavado en las suyas, pesadas, cargadas; justo
cuando las cálidas yemas de sus dedos comenzaron a rozar la superficie de su
trasero. La miró con una mezcla de culpa y osadía, como si supiera que se
estaba sobrepasando pero deseara averiguar cómo reaccionaría ella si cruzara la
raya.
Lena simplemente no logró
mostrar reacción alguna. Estaba tan emocionada y colmada de esperanza,
escuchando música celestial en sus oídos y pensando que ni con su escasa
experiencia podría estar malinterpretando esa mirada tan cargada de
testosterona.
Sin poder retrasarlo más, Alex recuperó el mechero robado
y le golpeó suavemente con él en la punta de la nariz.
Lena deseó tele transportarse a la intimidad de su habitación
para poder realizar un ridículo baile de alegría.
Alex y Toni se despidieron de ellas y se alejaron hacia
el aparcamiento del instituto. A Todavía no
había logrado reaccionar cuando Alisa gritó el nombre de su amiga que aun no
había vuelto de vacaciones; y la cual se
acercaba a ellas sonriente.
—Lauren, has vuelto —exclamó a su vez.
— Mis niñas —gritó ésta
eufórica al abrazarlas. Lauren había llegado de sus vacaciones en la Islas
Mauricio una semana más tarde de que empezaran las clases; llevaban dos meses
sin verse.
— ¿Qué tal todo en mi ausencia? Alisa, ¿cómo está tu gato?
— Genial —comentó ésta
alegre—. El tratamiento ha
funcionado y parece que seguirá con nosotros.
—Me alegro.
—Estás negra —apreció Alisa
sin ocultar sus celos.
— ¿Y tú, Lena? —Preguntó a
continuación— ¿Aún virgen?
Lena siseó instándola a callar
mientras miraba a su alrededor para comprobar que nadie las escuchara.
— Baja la voz, ¿quieres? Es un tema delicado.
—No puedo creerlo —dijo Lauren—.
¿Nada durante el verano?
— ¿Qué quieres? En cuanto me decidí a perderla, todos los
chicos con pinta de humanos se desintegraron.
Lauren rió mientras se
sentaba sobre el banco. Tanto Alisa como ella la siguieron sentándose cada una
a un lado.
— ¿Quieres trazar un plan para resolver este retraso de
una vez por todas? —le preguntó
Lauren.
— No, no quiero —comenzó Lena—. Pero me temo
que va a ser necesario.
El rostro de Lauren se
encendió como un árbol de navidad. El bronceado le favorecía haciendo sus
redondeces más esbeltas que la piel pálida; y destacaba contra su cabellera
rubia y sus brillantes ojos azules.
—Bajo mis normas —se apresuró en añadir antes de que la chica se dejara llevar.
— Tú dame un nombre y yo me encargo de que el resto ocurra.
Lena
suspiró. Jamás se le hubiera ocurrido sugerir a Álex, no obstante, después de
lo que acaba de ocurrir estaba replanteándose varias cosas.
— Hay alguien que me interesa —comenzó despacio y con discreción.
— Es un milagro —exclamó Alisa juntando ambas manos como si tuviera que dar gracias al cielo—. ¿Quién es el superhombre?
Lena elevó ambas manos
para sosegarlas.
— Siempre he creído que él no sentía lo mismo, pero
recientemente he observado un ligero cambio, sin embargo, no quiero desvelar su
identidad hasta que no esté segura de que no me lo he imaginado todo.
— Oh, vamos —protestó
Lauren—. ¿Cómo vamos a conseguírtelo si
no sabemos de quién se trata?
Lena sonrió.
— De eso se trata; no quiero que intervengáis, y dado
vuestro historial de cotorras no puedo
deciros su nombre hasta que no haya realizado mis movimientos.
— ¿Movimientos? Lena, esto no es ajedrez. Además este
juego ya no me gusta —se quejó
Lauren como una niña enfurruñada.
— Tranquila, ahora viene la parte que te gusta —dijo Lena dedicándole una sonrisa alentadora—. Ese chico me gusta mucho y lo último que quiero es que
sepa que soy virgen y que…Dios, que apenas me han besado. Por esa razón
necesito que vosotras dos me consigáis a un buen profesor con el que practicar
un poco antes de lanzarme a por mí caballero misterioso.
La reacción de las chicas
no fue la esperada. Ambas se quedaron paralizadas y boquiabiertas. Segundos más
tarde transformaron sus expresiones, Alisa a un ceño fruncido y Lauren en una
mueca de duda.
— Lena, deberías perder tu virginidad con el chico al que
quieres —aleccionó
Alisa tal y como había predicho—. Hacerlo con otro para que te prepare el camino no es…
— Lo correcto —terminó
Lauren, pareciendo casi culpable por estar de acuerdo con Alisa—. Si el caballero misterioso es un caballero de verdad no
le importará tu falta de experiencia.
Lena suspiró y sacudió la
cabeza.
— Quizá a él no le importe, pero a mí sí. Quiero sentirme
segura con él, necesito esa lección y además que me vea con ese otro chico es
parte del plan para saber definitivamente si está interesado.
Eso último pareció
convencer a Lauren al menos.
— ¿Cuáles son las reglas? —preguntó ganándose un codazo de Alisa.
— Bueno, la primera y más importante es que debe ser
atractivo, me niego a tocar a un adefesio. La segunda es que debe ser de
confianza y asegurarnos que no va a revelar mi secreto por nada del mundo. Por
supuesto, él debe saberlo todo, así me sentiré más a gusto con las lecciones y
libre de presiones. Además evitará complicaciones de sentimientos y celos.
— Genial, será mucho más rápido encontrar un profesor si
está al corriente de todo —celebró Lauren
de nuevo entusiasmada con el plan—. De acuerdo,
déjame pensar en el candidato perfecto.
— Confío en ti —le aseguró
Lena. Estaba convencida de que Lauren elegiría a su primo David, ya que cumplía
todos los requisitos: estaba abrasadoramente bueno, era de confianza y además
ni siquiera iba al mismo instituto que ellas. Era perfecto y la cabecita de
Lauren solo necesitaba un poco de reflexión para llegar a esa conclusión.
— Mañana es sábado —anunció Alisa—. Tus padres
siempre duermen fuera los sábados, ¿verdad?
— ¿Significa eso que aceptas mi plan?
Alisa suspiró.
—Sigo sin aprobarlo, pero conociéndote creo que de verdad
necesitas pasar por esto antes de decidirte por tu hombre de verdad.
— Gracias por entenderlo —apreció Lena—. De todas
formas mañana me parece muy precipitado.
Solo pensar en pasar por
algo así la llenaba de ansiedad.
— ¿Te parece? —Se burló
Lauren—. Yo no creo que una espera de dieciocho
años sea precipitado.
Y ante eso tuvo que morderse la lengua.
El reloj sobre su mesita
de noche marcó las ocho de la noche. Lena miró los números de la pequeña
pantalla digital y tragó saliva con dificultad. Su estómago temblaba
protestando contra los nervios de lo que se le avecinaba. Era la hora
concertada para que las chicas llegaran con el primo de Lauren.
Echó un último vistazo a
su reflejo en el espejo. No es que le importara mucho lo que David pensara,
pero su amor propio no quería que el chico la mirara y pensara en su arreglo
como una ardua y penosa tarea que debía cumplir.
Por esa razón se había
puesto un vestido negro que se ajustaba a su pecho y a su tronco de manera muy
favorecedora. Lo que le gustaba de esa prenda era que tenía una hilera de
botones sobre el pecho, muy recomendable para la ocasión. Se había echado su
larga cabellera sobre el hombro variando de la cola de caballo que siempre acostumbraba
a llevar, y le gustaba el toque femenino que eso le había otorgado. Se delineó
los ojos con lápiz negro como acostumbraba pero añadió una máscara de pestañas
que le dio profundidad a su mirada.
A pesar de haberlo
esperado, el timbre de su puerta la hizo dar un
salto. Su corazón dio un vuelco que ignoró mientras cruzaba la puerta de su
habitación, y volvió a enloquecer cuando se tropezó con los escalones que daban
al pasillo, escalones tan familiares para ella como su propio cuerpo. Y ahora
ambos le resultaban ajenos.
Cual fue su sorpresa
cuando al abrir la puerta se encontró solo a las chicas.
— ¿Es que no puede venir hoy? —preguntó incapaz de ocultar el alivio.
— Oh sí, vendrá, pero queríamos llegar antes para
tranquilizarte —contestó
Lauren.
Alisa miró hacia el
comedor y después hacia el salón.
— ¿Estás segura de que no van a aparecer por casa esta
noche tus padres? —preguntó—. Algo así para una primera vez podría resultar
traumático.
— Que mis padres me sorprendan en plena faena me
resultaría traumático incluso en la centésima vez —se burló Lena, sin poder creerse que la presencia de las
chicas la hubieran logrado relajar un poco—. Me llamaron esta mañana desde la casa de la playa, y no
volverán hasta el domingo por la tarde.
— Perfecto. ¿Alguna pregunta? —dijo Alisa.
— No, no quiero que parezca aun más planeado de lo que es.
— Tómatelo como una lección de baile —sugirió Lauren.
— Prácticamente lo mismo —se burló Lena. En cualquier momento llegaría David, pero
eso ya no le importaba tanto. David era perfecto: era guapo y lo conocía desde
pequeña y él ni siquiera conocía a Álex—. ¿Qué le has dicho a David?
— ¿A David? —Repitió Lauren
con confusión—. Nada, ¿qué
le iba a decir?
Lena arrugó el entrecejo.
— Pero le has explicado que yo…
El timbre volvió resonar,
está vez más apremiante que la anterior, interrumpiendo su frase. Ambas chicas
la incitaron a abrir la puerta mucho más emocionadas de lo que lo estaba ella.
Con el frío pomo bajo la
palma de la mano se dijo que todo iba a ir bien, pero al abrir la puerta su
mundo se cayó a trozos contra el suelo, ya que era Álex y no el primo de Lauren
el que aguardaba pacientemente en el rellano de su puerta.
Sin pensarlo dos veces volvió
a cerrarle la puerta en las narices.
— ¿Lena qué haces? —la amonestó Alisa a su espalda. Hecho positivo ya que le recordó que las
chicas estaban allí.
— ¿Qué está haciendo Álex aquí? —preguntó intentando no sonar tan histérica como se
sentía.
— Álex es el profesor que hemos escogido para ti —anunció Lauren inconsciente de que acababa de atravesarle
el alma con un cuchillo de palabras—. Oh, vamos,
no te pongas así, cumple todos los requisitos: es de confianza, tiene
experiencia, está dolorosamente bueno, además sois amigos…
— ¡Ese es el problema! —mintió Lena con voz temblorosa.
— Tranquila, él lo entiende perfectamente y se mostró
súper dispuesto a ayudarte.
— Le habéis explicado mi situación —musitó Lena más como para sí misma, notando como toda la
sangre de su cuerpo se le agolpaba en la
frente. Pero las chicas se lo tomaron como una pregunta.
— Todo.
« Genial. Dios, si existes, por favor, termina con mi
sufrimiento ahora mismo. Deja que un meteorito se estrellé contra mi cuerpo. »
— Lena, ábrele la puerta —le gritó Alisa tras varios segundos de silencio.
Volvió a tirar del pomo de
la puerta, el cual había permanecido en la palma de su mano durante todo el
tiempo.
Alex ya no estaba frente a
su puerta sino que había caminado de vuelta hacia su coche y fumaba apoyado contra el capó. Hasta en ese maldito instante
tenía que ser irritantemente atractivo.
Lena lo llamó con voz
temblorosa. Él pareció dudar sobre si acudir a la llamada o no, pero finalmente
emprendió el camino, cruzando el jardín hacia
ella.
Estaba tan guapo con una
sudadera sin mangas y con capucha sobre una camiseta azul celeste que le iba a
la perfección, y unos vaqueros anchos y caídos.
— ¿Todo bien? —le preguntó
una vez que estuvo frente a su puerta.
— Sí, claro. Pasa a tomarte una copa con nosotras.
« ¡Exacto! Una copa. Eso me ayudará a sobrevivir a esta
noche. »
Lena miró la preciosa nuca del chico del que había estado
secretamente enamorada desde los quince, entrar en su
casa, sabiendo que había acudido allí para
enrollarse con ella. Lo había hecho para hacerle un favor como amigo, pero aun
así, el pensamiento de acostarse con ella había cruzado por su mente y lo había
aceptado como algo posible.
El brazo que cerró la puerta parecía haberse convertido
en gelatina, también las piernas que usó para seguirlos hasta su cocina.
Ver a Álex en su cocina, después de todas las veces que
había soñado con verlo en su casa se le antojó extraño; como si de un sueño se
tratara.
Las chicas se quedaron sin necesidad de que se lo
pidiera, quizá porque entendieron que tratándose de Álex necesitaba normalizar
un poco la situación, hacerla menos violenta.
Seguía en su estado de letárgico estupor cuando le
alcanzaron el primer mojito, el cual habían
preparado con los ingredientes que Lena había dejado sobre la encimera.
Por suerte el alcohol siempre actuaba deprisa sobre sus
sentidos, bloqueando sus pensamientos y dejándola en el estado de concentración
en el momento presente que reivindicaba el Carpe
Diem.
También ayudaba el hecho que
Álex se comportara con total naturalidad, bromeando y contando historias
divertidas como solía hacer en el instituto. No había nada en él que delatara
el hecho de que había ido hasta allí para desvirgarla. Solo pensar en esa palabra
logró teñir sus mejillas de rojo, pero vació su segundo cóctel para evitar que
volviera a ocurrir.
Al final de su cuarto vaso se dio cuenta de que las
chicas no habían vuelto del servicio o a donde quiera que hubieran ido esa vez.
— Se han ido a casa, es tarde —contestó Alex cuando expresó ese pensamiento en alto.
La sonrisa alcoholizada que se había alojado de manera
casi permanente en su rostro se borró de golpe.
— ¿Debería irme yo también? —preguntó él al verlo.
Quizá fueron los mojitos los que contestaron, quizá el
hormigueo de sus dedos que llevaban una hora deseando tocar sus bíceps, o quizá
las mariposas de su estómago, pero se sorprendió al oír su propia voz decir.
— Vámonos al sofá.
Una de las ventajas de tener unos padres acaudalados era tener una casa que quitaba el aliento. Y si Álex se
había contenido al ver la cocina, no lo hizo al ver el salón, sino que exhaló
una exclamación de admiración mientras recorría la habitación con sus ojos. Finalmente
activó el televisor panorámico que se desplegó del techo delante de ellos y
empezó a hacer zapping.
— No sabía que tus padres estaban tan…untados —dijo, prendado de la calidad del sonido y de la imagen.
— Mi madre es editora jefe en Manché y mi padre es profesor de Universidad —explicó ella distraída, su atención centrada en el enorme
y cómodo sofá donde estaban a punto de sentarse.
— ¿Vemos el final del partido? —le propuso él sentándose a su lado pero sin tocarla.
Lena sonrió. Una de las razones por las que no quería
preparar esa velada era porque no quería perderse ese partido tan importante
para la temporada.
— Oh, vamos —rió Alex—. No hagas como que no lo quieres ver; se que te fastidia
perdértelo.
Comentaron las jugadas y Lena lo instruyó en detalles que
él no conocía.
— ¿Vas a cambiarte a ese equipo de segunda B que te quiere
echar el guante? —preguntó él
casi al final del partido.
— Por supuesto, pero mis padres quieren que termine el
instituto primero. Así que me queda un año para eso.
Cuando el partido terminó fue como si el hechizo se
hubiera roto y volvió a sentirse incómoda. Álex que parecía estar en el sofá de
su casa sintonizó un canal de música y se volvió para mirarla.
— Sabes, estoy aquí para compartir contigo un poco de mi
experiencia, pero no tienes que hacer nada que no quieras.
— Pensarás que soy una cría —se lamentó ella forzando una sonrisa.
— En realidad me das envidia —dijo él—. A veces me
gustaría volver a toda esa inocencia, es…excitante.
Lena se quedó sin palabras. Jamás se lo hubiera ocurrido
la posibilidad de que a él le pareciera atractiva su inocencia.
— Vamos, Lena, ¿qué quieres saber?
¿Qué que quería saber? De él todo: qué le gustaba y cómo
le gustaba. Era irónico que hubiera contratado a un chico para aleccionarla en
como complacerle a él mismo. De todas formas, era demasiado tarde, ya nunca
podría confesarle que se trataba de él; sería demasiado humillante. No, aquella
era su última oportunidad de estar con él.
— ¿Un vestido así es lo que queréis ver los chicos en una
cita? —preguntó al fin.
Los ojos de él se mantuvieron fijos en los de ella, sin
necesidad de bajar para inspeccionar la prenda.
— Creo que esos botones pueden volver loco a más de uno.
Incluso con la ayuda del alcohol Lena enrojeció.
— Supongo que no estás acostumbrado a verme con vestidos —musitó con torpeza sin saber cómo encajar el cumplido—. Me he puesto uno para recordar que soy una chica.
— Créeme, nunca he tenido problemas para recordar que eres
una chica.
Lena no sabía a que venían los cumplidos, pero estaban
obrando maravillas en su cuerpo y en su cerebro y quería saborear el momento un
poco más. Era más embriagador que el alcohol.
— ¿Y qué podría hacer para que un chico quiera besarme?
— Decirle: vámonos al sofá.
Esta vez no pudo evitar sonreír a la vez que enrojecía,
su rostro parecía arder tanto como su corazón en su pecho.
— Al parecer tengo un talento natural —bromeó ella—. Espero tenerlo
para todo.
— Yo espero que no —dijo él con voz ronca tirando de su tobillo, tocándola por primera vez,
arrastrándola, su trasero contra el sofá hasta que la tuvo tan cerca que ya no
fue un problema colocar su otra mano en su nuca y bajar sus labios sobre los de
ella. Lo hizo despacio, besando las comisuras de sus labios primero, su
barbilla después, para atrapar su labio inferior entre los suyos.
Él pareció sorprenderse cuando la lengua de ella le salió
al encuentro y entonces toda su moderación y lentitud se desvaneció dejando
paso a un beso más profundo que la hundió contra el sofá, el peso del cuerpo de
él sobre el de ella.
Se besaron hasta quedarse sin aliento, hasta que él
anunció que era tarde y que sería mejor que regresara a casa y que la vería al
día siguiente en su casa para continuar con la lección.
Se sintió decepcionada al perder el
contacto de su cuerpo; pero se alegró de que él le estuviera dando tiempo para
habituarse antes de probarlo todo. Le gustaba mucho más pensar que irían
despacio, y así tendría más tiempo con él, más tiempo con su compañía antes de que la charada se acabara.
Lo acompañó a la puerta, y él le dio un largo beso de
despedida que la dejó con las piernas flojas; casi como si fueran novios.
Ya se iba cuando se dio la vuelta y la observó con el
entrecejo fruncido.
— ¿Quién es él? —le preguntó pareciendo enfadado consigo mismo, como si se hubiera prometido
no mencionarlo.
Lena se sonrojó.
— No le conoces —aseguró, pensando en David. Ya que habían intercambiado papeles bien podría
usarlo de coartada.
Alex asintió y en silencio emprendió el camino de vuelta
a su coche. Lena lo observó alejarse, preguntándose si la tristeza que había
visto en su rostro había sido imaginaciones suyas.
Tras cerrar la puerta volvió al salón y no pudo evitar
sonreír como una estúpida al mirar al sofá donde acababa de pasar la mejor
noche de su vida.
Dio un salto al escuchar el sonido de un mensaje en su
teléfono móvil, pero se tranquilizó al entender que quien fuera que lo había
mandado no podía verla en el salón de su casa.
“¿hay alguna posibilidad de que ese imbécil ya no te
guste tanto después de esta noche?” Alex móvil.
Lena se pegó el móvil al pecho y se dejó caer sobre el
sofá donde ahogó un grito de felicidad contra la almohada.
Con dedos temblorosos que no atinaban a apretar las
delgadas teclas de su teléfono contestó:
“¿Aun estas ahí fuera en tu coche? Me temo que ahora me
gusta más que nunca. ¿Sabes por qué?”
Enviar.
Nada. Sin respuesta durante medio minuto. Había empezado
a ponerse nerviosa cuando escuchó el sonido de alguien golpeando la puerta.
Cuando la abrió se encontró con Alex con la frente
apoyada en el marco de su puerta y observándola con ojos encendidos.
— Dime que se te ha olvidado poner algo en ese mensaje —le pidió sin moverse, con una ligera sonrisa de derrota,
como si se hubiera decidido a dejar de luchar contra algo.
Lena sonrió, intentando tranquilizar a su corazón que no
podía creerse lo que estaba ocurriendo.
—Sí, me ha faltado decirte que si piensas quedarte toda la
noche aparcado delante de mi porche tendré que llamar a la policía.
Alex alargó la mano para entregarle su teléfono móvil,
aquel que Lena conocía tan bien porque
siempre lo observaba entre sus manos, y siempre que veía ese modelo en
algún otro sitio le recordaba a él.
— Llámales, porque mi coche se va a quedar ahí toda la
noche —le dijo, entrando en la casa y
cerrando la puerta tras él.
Se volvió hacia ella y la atrajo hacia sí por la cintura.
— ¿Entonces cuál era el plan? —preguntó una vez estuvieron frente con frente— ¿Tomar clases mías para utilizarlas en mi contra?
—En realidad, no se suponía que tú serias el profesor —explicó ella con el rostro ardiendo—. Pensé que las chicas elegirían a otro y que además me
ayudaría a darte celos. No quería que vieras lo inexperta que soy.
Como respuesta a eso Alex le dio un beso en la sien que
logró hacerla derretirse de una manera totalmente distinta a cuando la besaba
en otros lugares.
— ¿Te cuento mi plan? —preguntó él.
« ¿Tu también tenían un plan? ¡Oh dios! » Pensó Lena, pero se limitó a asentir.
— Mi plan era darte esas “lecciones” hasta romperte y que
te olvidaras de ese otro chico. Pero esta noche el único que se ha roto he sido
yo.
Lena se mordió el labio.
— No hay ningún otro chico.
Alex comenzó a depositar pequeños besos por su cuello. — Qué bien suena eso, porque no hay ninguna otra chica.
Durante un año lo he intentado, convencido de que solo me veías como un amigo,
pero ninguna ha conseguido para esa carrera en la que se lanzaban mis
pulsaciones cada vez que te veía.
Alex se quedó a dormir y aunque no hicieron nada más allá
de besos y algunas caricias aquella noche fue una primera vez para Lena. La
primera vez que tocaba las estrellas.
Beca Vie
Corto perteneciente a la Antología: Mi primera vez que Escuela del delirio:
http://www.wattpad.com/23002881-antolog%C3%ADa-mi-primera-vez?d=ud
Beca Vie
Corto perteneciente a la Antología: Mi primera vez que Escuela del delirio:
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